lunes, 30 de diciembre de 2013

Las estrellas perdidas

Ese miedo inexplicable a todo. Llegó cuando él se fue llevandose mi luz; el miedo llamó a mi puerta y yo le abrí con las sombras puestas.
Porque mis sueños desaparecieron, como ese candado que tiramos en el mar a oscuras, hundiendose lentamente mientras nos cogiamos de la mano y prometíamos un para siempre.

Y fue curioso que esa noche no pude ver las estrellas desde la terraza, ¿cómo hiciste para llevartelas también a ellas? Quizás estaban enamoradas de tí y trataron de seguirte; no se lo reprocho, quién hubiera querido quedarse en esa vieja terraza pudiendo seguir tus pasos.
Que sepas que yo tambien traté de seguirte, sólo que yo no brillaba, desde luego no volví a brillar como a tí te gustaba.

Cuántas tardes pasé sentada en esa plaza de La Latina, la redonda que tanto nos gustaba. En realidad no tenía nada de especial pero a la vez lo tenía todo. La encontramos sin querer, caminando, como te encontré yo a tí ese otoño de hojas marrones, ocres y violetas.
Allí esperé sentada, mirando ausente como pasaba la gente, cruzando los dedos por si tu decidías volver y pasabas, distraído entre la gente. Pero no fue así, y solo conseguí romperme en más pedazos y convertirme en una estatua sentada en un banco.

Las pesadillas no eran lo peor. Lo peor era el dolor. La mayoría de las veces venía cuando dormía, y conseguía despertarme. No se cuando pasó de ser emocional a físico; de hecho nunca pensé que eso podía pasar. Nunca pensé que podría sentir como algo me agarraba el estómago y me lo retorcía hasta que de puro cansancio me dormía con los ojos inundados. Aun así en esas noches me preguntaba si tú estabas bien, y me preguntaba si al sentarte en el borde del canal aquel cerca de tu casa te acordarías de mí. O si al subir a la terraza de tu edificio y notar el calor aplastante del sol recordarías esa tarde en la que fuí a verte por sorpresa y acabé a caballito sobre tí, contemplando el paisaje. Me preguntaba si al pasar por aquella tienda rara que tanto me sorprendió recordarías que me dí con el cristal al mirar por la ventana; pero sobretodo si recordarías el beso que nos dimos después.

Estuve así mucho tiempo. Con el miedo como vestido. Hasta que un día entendí que mi vida debía continuar y escondí ese vestido en mi corazón; en una esquina, en un sitio tan pequeño que nadie lograría encontrarlo nunca, junto con tu sonrisa.
Ahora pocos saben que el miedo sigue ahí dentro, recordandome que nunca nadie me volverá a dar lo que me diste tú. Recordándome que nunca debo volver a abrirme tanto como hice contigo si no quiero que me vuelvan a romper entera.

Sólo algunos han visto un vestigio de esto cuando, a la pregunta de "¿y si volviera tendrías verdaderamente huevos de decirle que no?" Me limito a agachar la cabeza, a reprimir las lágrimas y a pensar en las estrellas que esa noche robaste de mi terraza.

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